lunes, 15 de noviembre de 2010

EL ALUMNO LIEBRE Y LA TORTUGA...





En Krav Maga no se suelen escuchar historias de maestros o instructores meditando bajo una cascada o retirándose durante años a la selva para enfrentarse con su peor enemigo: él mismo.

Muchos maestros de la primera y segunda generación de Krav Maga, cuando cuentan cosas de IMI, suelen recordar el bar donde iban a hablar con él.
Y lo poco que uno puede sacar de tal información, es lo sencillo y divertido que era como persona, y a pesar de tener una edad muy avanzada, tenía una “vista” y una anticipación de movimientos que le permitía ejecutar algunas técnicas con gran control.

Así que como no tengo ninguna historia “extraordinaria” que contar sobre nuestra disciplina y sus maestros, voy a poneros una fábula de otro gran maestro:
Jean De la Fontaine.

A veces, Richard Douieb (nuestro Big Boss) suele parafrasearlo en entrevistas. Y como nuestra escuela se llama Kairos (para los que no habéis leído el significado de la palabra KAIROS ver nuestra entrada : Porqué Kairos?), esta fábula podría ser nuestro himno por lo acertada que es.
No importa la velocidad si uno llega tarde.
Tanto en defensa como en ataque, el buen momento, buen timing, o el momento Kairos crea la diferencia. Permite “transformar” un movimiento en “técnica efectiva”.

Y esto se adapta tambien al progreso del alumno en clase.
No es el liebre quien progresa más, el que va corriendo detrás de los cinturones,...


La liebre y la tortuga


No llega más pronto quien más corre: lo que importa es partir a buena hora.

Ejemplo son de esta verdad la liebre y la tortuga.

—Apostemos, dijo ésta, a que no llegarás tan pronto como yo a aquel punto.

— ¿Que no llegaré tan pronto como tú?

¿Estás loca?, contestó la liebre.

Tendrás que purgarte, antes de emprender la carrera.

—Loca o no loca, mantengo la apuesta. Apostaron, pues, y pusieron junto a la meta lo apostado;

saber lo que era, no importa a nuestro caso, ni tampoco quién fue el juez de la contienda.

Nuestra liebre no tenía que dar más que cuatro saltos;

digo cuatro, refiriéndome a los saltos desesperados que da, cuando la siguen ya de cerca los perros, y ella los envía enhoramala, y les hace devorar el yermo y la pradera.

Teniendo, pues, tiempo de sobra para pacer, para dormir y para olfatear el viento, deja a la tortuga andar a paso de canónigo.

Parte el pesado reptil, esfuerzase cuanto puede, se apresura lentamente;

la liebre desdeña una fácil victoria, tiene en poco a su contrincante, y juzga que importa a su decoro no emprender la carrera hasta última hora.

Regodease paciendo la fresca hierba, y se entretiene, atenta a cualquier cosa, menos a la apuesta.

Cuando ve que la tortuga llega ya a la meta, parte como un rayo; pero sus bríos son ya inútiles: llega primero su rival.

— ¿Qué te parece?, dícele ésta, ¿tenía o no tenía razón? ¿De qué te sirve tu velocidad? ¡Vencida por mí!

¿Qué te pasaría, si llevases, como yo, la casa a cuestas?

Jean de la Fontaine

A meditar...

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